Esta semana me preguntaron: «¿Por qué necesito azúcar? ¡Pareciera que fuera adicta!». A primera vista, la respuesta obvia es que el azúcar estimula el circuito de recompensa del cerebro, generando una gran cantidad de dopamina, lo que nos produce placer. Esto nos ocurre a todos los seres humanos cuando comemos, bebemos, tenemos relaciones sexuales plenas, o simplemente estamos con personas que nos agradan. También ocurre, evidentemente, con el consumo de estupefacientes.

La explicación reside en nuestra evolución. El «cableado» neurológico de los seres humanos evolucionó durante miles de millones de años para facilitar los comportamientos del circuito de recompensa, con el fin de asegurar la supervivencia del individuo y de la especie. Sin embargo, el punto más interesante de la pregunta es la segunda parte: «pareciera que fuera adicta». Esto introduce el concepto de adicción asociado al azúcar.


La adicción al azúcar

Antes de continuar, es crucial entender que la adicción implica una pérdida de control, de raciocinio y de la voluntad, donde el comportamiento se vuelve más primario y automático. ¿Alguna vez te has descubierto comiendo compulsivamente sin poder parar? ¿Sabías que después de la nicotina, el segundo aditivo del tabaco es el azúcar? ¿Por qué crees que tantos alimentos preparados contienen azúcar?

Un estudio fascinante de 2007, publicado por Magalie Lenoir y su equipo, demostró que las ratas de laboratorio preferían el azúcar de mesa (sacarosa) y la sacarina disueltos en agua frente a la heroína o la cocaína en solo dos días. Esta preferencia de consumo alcanzaba el 94%, incluso en ratas adictas a los estupefacientes. Esto tiene una explicación evolutiva: tanto las ratas como los humanos evolucionaron en ambientes con una gran escasez de azúcar.


Mitos y la realidad del azúcar

Sobre el consumo de azúcar libre se han dicho verdaderos disparates que aún persisten en la memoria colectiva. Por ejemplo, cuando la industria azucarera de Estados Unidos financió un estudio para «culpar» a las grasas de la obesidad y del riesgo cardiovascular, exculpando al azúcar. O la creencia actual de que cierta cantidad de azúcar es necesaria para el buen funcionamiento cerebral. Esta última afirmación es falsa, ya que el cerebro no necesita azúcar libre (sacarosa), sino glucosa, que se encuentra en frutas, verduras y la mayoría de los alimentos que contienen carbohidratos.

Es importante señalar que la evidencia científica reciente cada vez más relaciona el azúcar con una mala función cerebral, neuroinflamación y numerosas patologías. Cada vez más estudios indican que una buena flexibilidad metabólica basada en grasas y cetonas es beneficiosa para el tejido neuronal.

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