El sistema nervioso se divide funcional y anatómicamente en dos: el central (SNC), compuesto por encéfalo y médula espinal, y el periférico (SNP), formado por nervios que conectan directamente con el encéfalo (pares craneales) o con la médula espinal (nervios espinales).

El SNC es altamente complejo y su función es básicamente la de recibir, procesar y trasmitir información para la mejor adaptación al entorno físico, social y cultural. Su buen funcionamiento es indispensable para la vida, y por ello evolutivamente el ser humano desarrolló durante miles de millones de años una barrera defensiva especial que lo protege de sustancias tóxicas, factores inflamatorios circulantes en sangre y patógenos como virus y bacterias; una especie de muralla solo accesible en determinados puntos para agua, iones, glucosa, y algunas otras moléculas indispensables para el buen funcionamiento del tejido neuronal que lo compone. Tal es el grado selectivo de esta barrera que los neurocientíficos y la industria farmacéutica actual tienen grandes dificultades para elaborar fármacos capaces de atravesarla y poder actuar con el tejido encefálico.

Esta “muralla” se denomina barrera hematoencefálica (BHE), y está compuesta por células endoteliales de los propios vasos sanguíneos que recubren todo el SNC salvo en los denominados órganos circunventriculares, lugares concretos que posibilitan al SNC la interacción directa con determinados mensajeros sanguíneos como hormonas: (https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/joa.12771 ).

A la BHE se le unen por todo el SNC una red de células denominadas de la glía (neuroglía), que se diferencian en el SNC y SNP, y cuyas funciones genéricas son las de dar estabilidad, proteger, mejorar la funcionalidad neuronal y nutrir a las células endoteliales. Astrocitos, empendimocitos y oligodendrocitos para el SNC, y células de Schawnn para el SNP.

Otra estructura intraencefálica que forman los vasos sanguíneos dentro del encéfalo es el plexo coroideo, cuya función es la de producir parte del líquido cefalorraquídeo (LCR) que protege ante eventuales traumatismos al SNC, manteniéndolo a una presión constante, además de ser el sistema de eliminación de residuos del SNC.

Es sabido desde hace años que la BHE dañada y permeable está relacionada con casi todas las enfermedades neurodegenerativas como párkinson, alzhéimer: (https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-92272004000200005 , https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/25611508/), y curiosamente ahora comienzan a surgir estudios relacionados con afectaciones neurológicas centrales producidas en los casos más graves de COVID19, donde los estudios indican que los daños encefálicos respecto a células gliales son similares a pacientes con párkinson y alzhéimer: (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7164900/), y no solo eso, sino que también proponen, como nueva hipótesis, que es a través del plexo coroideo que se trasmite la inflamación al encéfalo. No queda claro para los autores si el virus accede y daña al encéfalo, pero sí que tanto las células del plexo coroideo como del tejido de la glía expresan genes que promueven la inflamación del tejido nervioso de la misma manera que si estuviera infectado y siendo dañado. La inflamación es un proceso natural en el control de patógenos y finaliza cuando éstos han sido eliminados. El problema es que en el caso del COVID 19, como en el párkinson y el alzhéimer, las células gliales se mantienen activas y siguen generando factores inflamatorios que continúan dañando el tejido nervioso encefálico.

Desde hace algunos años en neurociencia se habla de la neuroinflamación en enfermedades crónicas neurodegenerativas (EDM) como Esclerosis Múltiple, Párkinson, Alzhéimer, enfermedad de Huntington o Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA): (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2784760/). Otros estudios establecen las mismas hipótesis sobre las alteraciones de las funciones cerebrales superiores, como en patología psiquiátrica y/o emocional: (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7056473/).

Por tanto, sino en su totalidad, al menos en parte es evidente que el sistema nervioso y su funcionalidad se ven muy afectados por la presencia de factores inflamatorios. Especialmente si estos se generan de manera inmediata por células de la microglía y astrocitos en los que también la BHE deja paso a otras células defensivas externas a esta.

Otros factores que intervienen y mucho son el estado funcional de las barreras intestinales y la microbiota, el correcto funcionamiento de los mecanismos reparadores y de limpieza del SNC, y y la alteración de la permeabilidad de la BHE por vivencias experimentadas como estrés crónico, motivo por el cual una proteína de membrana de la BHE deja paso y contacto directo a factores inflamatorios sistémicos con el tejido neural (https://www.nature.com/articles/s41593-017-0010-3).

Estos y otros muchos aspectos se estudian y aplican a los pacientes de manera integral a través de cambios en el estilo de vida: alimentación, suplementación, ejercicio físico adecuado y control del estrés desde la disciplina de la Psiconeuroinmunología (PNI).

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