Milarepa fue un monje budista tibetano muy conocido. Cuenta la historia que, en una ocasión en la que se disponía a meditar con la intención de mantener su mente en calma, fue asaltado por sus propios «demonios» en forma de pensamientos y emociones negativas. Después de luchar contra ellos intentando espantarlos, Milarepa se dio cuenta de que únicamente conseguía avivarlos.

Entonces, quizá por agotamiento, decidió aceptar su presencia y les ofreció convivir juntos en armonía. En ese momento, algunos de esos demonios se desvanecieron y solo uno, el más fuerte, permaneció. Milarepa mantuvo la calma y lo observó por un tiempo, sin enfurecerse, sin etiquetarlo, sino con la única intención de comprender su naturaleza. Luego, sin dudarlo, introdujo su cabeza «dentro de las fauces de ese último demonio», y este también se desvaneció.


Aceptar para sanar

La historia de Milarepa nos enseña una lección fundamental: todos tenemos nuestros propios demonios y, tarde o temprano, tendremos que enfrentarlos. Luchar contra ellos solo aumenta su intensidad. En cambio, aceptarlos y observarlos con tranquilidad, comprendiendo su naturaleza objetivamente, los desvanece, porque la mayoría de las veces, tanto en lo mental como en lo físico, sufrimos más por lo que imaginamos que por la realidad misma.


La centralización del dolor

Para muchas personas, un dolor en una zona concreta del cuerpo es siempre síntoma de daño. Sin embargo, no siempre es así. En ocasiones, puede generarse una lesión que se resuelve, pero las molestias continúan. Esto ocurre porque la región encefálica y los circuitos neurológicos involucrados en el proceso quedan activados, asociándose a emociones, situaciones o pensamientos catastrofistas.

Este fenómeno se conoce en neurociencia como «centralización del dolor». Enfrentarse al dolor emocional o físico no sirve para nada, pero aceptarlo y observarlo con conciencia sí.

Aquí les dejo una meditación guiada:

Saludos.

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