Milarepa. Fuente, Pinterest.

Milarepa fue un monje budista tibetano bastante conocido, y cuenta la historia, que en una ocasión en que se disponía a meditar con la intención de mantener su mente en calma y silencio, fue asaltado por sus propios “demonios” en forma de pensamientos y emociones negativas. Después de luchar contra ellos intentando espantarlos, Milarepa se dio cuenta de que únicamente conseguía avivarlos. Entonces, quizás por agotamiento, decidió aceptar su presencia, y les ofreció convivir juntos en armonía. En ese momento, algunos de esos demonios se desvanecieron, y solo uno, el más fuerte, permaneció. Milarepa mantuvo la calma, y lo observó durante un tiempo, sin enfurecerse, sin etiquetarlo, sino con la única intención de observar su naturaleza verdadera. Luego, sin dudarlo, Milarepa introdujo su cabeza “dentro de las fauces de ese último demonio”, y este también se desvaneció.

La historia de Milarepa nos enseña que todos tenemos nuestros propios demonios e, inevitablemente, tarde o temprano deberemos hacerles frente; que luchar contra ellos aumenta su intensidad. En cambio, aceptarlos y observarlos con tranquilidad comprendiendo con objetividad su naturaleza, los desvanece y elimina, porque la mayoría de las veces, tanto en lo mental como en lo físico, sufrimos más por lo que imaginamos y creemos erróneamente, que por la realidad.

Para la mayoría de las personas, el hecho de padecer un dolor en una zona concreta del cuerpo es síntoma de daño, sin embargo, no siempre es así. Ocasionalmente puede generarse una lesión, resolverse el proceso, pero las molestias pueden continuar, y esto ocurre porque la región encefálica y demás circuitos neurológicos involucrados en el proceso quedan activados, asociados a emociones, situaciones, o pensamientos catastrofistas acerca de la propia lesión. Es lo que es neurociencia se denomina “centralización del dolor”.

Enfrentarse al dolor emocional y físico no sirve para nada. Aceptarlo, sí.

Aquí les dejo una meditación guiada:

Saludos.

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