Al nacer nos sentimos solos, desprotegidos y vulnerables ante el mundo. La necesidad de que nuestros padres nos protejan, nos alimenten, nos den cariño y nos guíen meses más tarde para relacionarnos y explorar el entorno de la forma más segura es una necesidad biológica fundamental. Es sabido que los niños carentes de este tipo de protección y sin vínculo materno de apego desarrollan desórdenes mentales, de conducta y personalidad durante toda su vida (Teoría del apego, años 60, Harry Frederick Harlow).
 
Ya en la infancia los niños aprenden y se hacen conscientes de su individualidad respecto a los demás miembros del grupo. A esta consciencia de uno mismo se le denomina EGO, y sobre esta se organizan las funciones cerebrales como la memoria, el lenguaje, etc., aquellas a través de las cuales el ser humano es capaz de interactuar con el entorno, modificar el ambiente y las circunstancias. Por tanto, el desarrollo del ego es un paso adelante en la evolución del ser humano como especie, y permite así la posibilidad de escapar de los comportamientos instintivos animales, asentando la individualidad propia.
 
Justamente es en la infancia cuando el ser humano posee una grandísima capacidad para aprender, pero muy poca para razonar. Digamos que el razonamiento crítico y las explicaciones a cómo es y funciona el mundo llegan en base a la información transmitida principalmente por los padres, aunque también el entorno en figuras como la del maestros, los amigos/as e incluso la educación religiosa. Es en esta transmisión que se va creando una “identidad personal”, que no es pura ni propia del individuo, sino más bien heredada. Establecemos en ese momento información acerca de quiénes somos en lo más profundo de nuestro ser como verdades absolutas incuestionables.
 
Ya en la adolescencia, incrementamos el contacto social más allá de nuestros grupos de origen, siendo especialmente vulnerables a las opiniones externas. Aprendemos entonces que el éxito y el reconocimiento social están en los títulos académicos, el dinero, un buen coche, un físico estilizado, y un sinfín de cosas materiales o no, siempre externas al propio ser. Incluso podría decirse que la sociedad de consumo actual y las redes sociales facilitan el crecimiento del ego.
Y de esta forma llegamos a adultos. Con la información sobre quiénes aparentemente somos, pero sin realmente saber. Nos acoplamos a la sociedad de la mejor forma posible para ser felices, pero el despertar es duro, porque no siempre el mundo es ni funciona como nos enseñaron y aprendimos, y en honor a la verdad, una vez inmersos en ella, no siempre nos sentimos plenos ni realizados.
 
Así que hasta cierto punto es normal que dentro de cada uno de nosotros exista una lucha entre nuestro verdadero ser y nuestro ego; nuestra máscara social, la representación más aceptada frente al mundo que nos rodea, en la que con suerte hay algo de nosotros mismos.
 
Llegados a este punto podemos hacer básicamente dos cosas. La primera es continuar por las sendas y los caminos aprendidos del ego, evitando el pensamiento crítico, la reflexión, la autocrítica y el crecimiento personal. La segunda es escuchar nuestro verdadero ser y atenderlo. Ciertamente este último camino no es fácil, y en la metamorfosis seremos vulnerables. Continuar por la senda del ego es vivir acotado y anestesiado; un vivir sin ser, un sinsentido. En mi opinión, un insulto a la vida.
 
Vivir en el ego es moldear nuestro ser para encajar en el contexto social y generar buena opinión en los demás. Es pretender gustarle a todo el mundo. Es vivir en el miedo manteniendo encarcelada la opinión propia.
 
El ego impide ser, hacer y sentir de manera verdadera, “obliga a actuar” en formas diferentes a las que se siente, y limita la libertad. El ego es el opresor del alma y sus posibilidades.
 
El ego se evidencia en presumir de importancia, conocimiento, posición social, bienes materiales, condición física y llamar la atención de la forma que sea. El ego es no escuchar y pretender tener siempre la razón. El ego no reconoce errores, no soportar el éxito ajeno, critica y juzga.
 
Reconocer y limitar el ego es importante para una mayor felicidad. ¡Pero cuidado!, porque este tiene la enorme habilidad de cambiar constantemente de forma. Evidentemente, ahora ya sabremos identificarlo en algunas “formas”, pero la mejor manera es desarmarlo o deconstruirlo a través de la meditación, pues es en la quietud de la práctica y sin dejarnos arrastrar por las ideas, que podemos observar la intención oculta que hay detrás de ellas. A esta práctica se le conoce en budismo como “observar la mente”, y es en ese momento que nuestra conciencia observa al ego. Entendemos entonces que nosotros no somos las ideas y pensamientos que surgen de nuestra mente, y los días del ego están contados, porque aprenderemos a identificarlo en distintas formas de pensamiento. Nos sentiremos poco a poco más felices, alegres, serenos, seguros y completos. Sin necesidad de agradar a nadie.
 
Creo que todos alguna vez nos sentimos así; verdaderamente conectados con nuestra alma, a nuestra conciencia. Así debería ser.
 
Te dejo esta meditación👇🏼
https://youtu.be/s7zkknSC12g
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